Resistente y generoso, excelente compañero de viaje. El almendro, es junto al olivo y a la vid la especie leñosa mas cultivada de todo el Mediterráneo. Su orígenes se pierde por las lejanas montañas de Asia Central y, aunque llegaron a la Península por los Fenicios hace más de 2.000 años, fueron los romanos los que se encargaron de su distribución y cultivo, y posteriormente, los musulmanes a través del aterrazamiento de los montes llenaron todo el Levante de esta generosa especie.
Su flor es la más llamativa y perfumada que podemos encontrar en pleno invierno y es la primera en anunciarnos la inminente llegada de la primavera, las abejas se afanan en recolectar su polen para producir la famosa miel de almendra de increíble sabor. Su fruto, la almendra, está considerado como un superalimento y se utiliza como ingrediente base en cientos de productos. Con el paso de las estaciones y al ser uno de los pocos árboles caducifolios cultivados, son los encargados de anunciarnos con sus hojas doradas el paso al otoño.
Su madera como cualquier especie de lento crecimiento es durísima y aunque es tortuosa, antiguamente se empleaba para construcción de casas y aperos.
Como leña, de las mejores, lenta en quemarse, con fuego equilibrado, brasas muy duraderas y brillantes.
Imposible relatar en unas pocas líneas los atributos de este generoso árbol que tan enraizado tenemos en nuestros genes mediterráneos…si acaso esos menesteres se los dejamos a poetas y soñadores.
«Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero»
Miguel Hernández.